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El fin de un ciclo

Javier Ulloa castellanos se jubila.

El Seminario Bautista de México anuncia la jubilación del Director Javier Ulloa Castellanos después de 30 años de servicio dedicado a la institución. Esta noticia ha sido recibida con gran emoción y agradecimiento por parte del Seminario Bautista y de todo aquel que ha tenido el privilegio de conocer al Director Javier Ulloa. Durante su tiempo en el Seminario, el Director Javier Ulloa ha demostrado un compromiso excepcional y una empatía inigualable hacia los estudiantes y la comunidad. Su labor ha sido fundamental para el crecimiento y desarrollo del Seminario, lo que ha permitido formar líderes cristianos.as capacitados.as y comprometidos.as con su fe.


"El Director Javier Ulloa ha sido una parte fundamental de nuestra institución y no podemos expresar con palabras lo agradecidos y agradecidas que estamos por todo lo que ha realizado", dijo el Presidente del Consejo del Seminario, Carlos Shawver. "Ha sido una figura inspiradora para estudiantes y colegas por igual, y su dedicación y amor por el trabajo han sido una fuente de motivación para todo.as nosotros.as".

La comunidad del Seminario Bautista de México se une en agradecimiento por el trabajo extraordinario del Director Javier Ulloa y le desea lo mejor en su jubilación. Sin duda, su legado perdurará en la historia de la institución y en la memoria de quienes tuvieron la oportunidad de conocerlo.


Le compartimos la hermosa reflexión que Javier Ulloa compartió con nosotros.as en su último día de servicio:


¡SEÑOR, CUENTA CON NOSOTROS Y NOSOTRAS!

Hechos 11:19-30


La medida de nuestro amor a Jesús, la fe en sus palabras y la obediencia a sus mandatos, será la medida de nuestro impacto transformador en la gente y en nuestro pueblo en estos tiempos de clara necesidad espiritual, material, de paz, de justicia y de salvación de nuestra casa común. Estoy convencido que Dios está preparando algo con nuestro Seminario a través de los acontecimientos que estamos viviendo en estos últimos tiempo para bien de nuestro país, donde todas las barreras sean derribadas y los brazos sean juntados en un gran abrazo de amor e igualdad; donde todos los corazones latan al mismo ritmo del Espíritu de Jesús, y las personas se unan en un gran canto de alabanza por el nuevo tiempo que está naciendo en todos y todas. Espero con ansias ese gran movimiento en esta patria nuestra y en este preciso tiempo. Y no tengo otra oración a Dios más que decirle: ¡Cuenta con nosotros y nosotras, cuenta con el Seminario Bautista de México!


Antioquía era una ciudad predominantemente gentil y con características comerciales, políticas y religiosas muy propias. Fue fundada en el año 300 a.c. y cuya población estaba formada por griegos y asirios, pero también tenía habitantes judíos descendientes de los colonos procedentes de Babilonia. Bajo el gobierno romano, la ciudad prosperó y fue llamada "la Reina de Oriente", pues era la tercera ciudad más importante del imperio, solo después de Alejandría y Roma. Antioquía contaba una población de 500,000 habitantes, y era la capital de la provincia romana de Siria. Nombre que hoy, por desgracia no se puede decir de la devastada Siria, y terriblemente golpeada por el terremoto que le golpeó hace unas semanas. Era una hermosa ciudad, alegre, culta, multirracial y de gran importancia comercial, ya que era el punto de enlace entre las civilizaciones y los sistemas religiosos del Este y Oeste. A corta distancia de la ciudad se encontraba el santuario de Dafne, donde se realizaban los ritos a la antigua diosa fenicia Astarté, y ya para ese tiempo bajo la tutela de Afrodita y Apolos. Lo interesante es que el Evangelio tenía respuesta para las necesidades de esa sociedad, así como tiene respuesta también para la gente de nuestro tiempo y de cualquier parte del mundo.


PARA ROMPE TODAS LAS BARRERAS


Antioquía era una ciudad amurallada, y dentro de ella había otras murallas tanto étnicas como por vecindarios. Al menos cinco grandes grupos tenían sus propias comunidades dentro de la ciudad. Había una sección siria, otra judía, otra latina, otra griega, y sorprendentemente, otra africana. Y lo que sucedió en Antioquía fue que, por primera vez en la historia humana, las personas empezaron a cruzar las murallas étnicas internas de una ciudad para escuchar acerca de Jesús, unirse con un mismo Espíritu y derribar las barreras que por siglos los habían mantenido separados. Reconocieron, a través del testimonio de las y los creyentes, que Jesús no era un dios tribal, sectario y exclusivo de un grupo racial determinado, machista, sino que había venido para que toda y todo aquel que en él creyera tuviera vida. Ya lo había enseñado Jesús durante su ministerio, cómo había derribado toda clase de barreras que se habían interpuesto entre Dios y las personas, ya fuera por razones de género, o por su condición física, o económica, o religiosa, o moral, o racial, o políticas. Por eso, cuando el velo del templo de Jerusalén, que separaba el lugar santo del lugar santísimo, al que sólo los sacerdotes varones tenían acceso, se desgarra y se viene abajo, simbolizando con ello, que Jesucristo derribaba todas las barreras que obstaculizaban el encuentro entre Dios y todos los seres humanos, así como las posibilidades de construir un proyecto de vida comunitario completamente nuevo.


Por lo tanto, la iglesia en esta ciudad fue establecida como resultado de la bendición de Dios. Dice el texto que: “la mano del Señor estaba con ellos” (v.21). Es una frase muy al estilo del Antiguo Testamento, lo cual indica que el Señor se manifestó de manera especial, que Dios acompañaba con su poderosa actuación la labor de los predicadores, a fin de que la gente viniera al conocimiento de Dios; así como el profeta Jeremías dijo: “Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo: “He puesto mis palabras en tu boca” (Jer.1:9). Y el Señor uso a sus mensajeros sin prejuicios culturales ni raciales. La población gentil de Antioquia había sido objeto de discriminación por parte de los mensajeros expatriados de Jerusalén, quienes comunicaron las Buenas Nuevas solo a los judíos (11:19). Pero creyentes de Chipre y de Cirene, una ciudad de Libia al norte de África, negros, compartieron el Evangelio con la convicción de que las “buenas nuevas” debía comunicarse a todas y todos los seres humanos (Hch.10:34-35), sin distingos sociales, culturales o raciales. Se les daba el mensaje del evangelio no por su condición social, sino por la solidaria empatía que generaba la vida en el Espíritu. No podían guardarse para sí mismo el mensaje que a ellos les había cambiado sus vidas, y se embarcan en una aventura de amor y de fe, que derriba muros y construye puentes, porque creen que todo es posible para el que cree en Jesús. Nada menos y nada más. Solo así es que el SBM se ha atrevido a realizar lo que parecía imposible, a mirar más allá de nuestras limitaciones y nuestros prejuicios, y realizar lo que nunca antes imaginábamos a pesar de todo. Un Seminario transformado por la gracia de Dios es aquel que se atreve a transformar en nombre del Señor derribando todas las barreras.


PARA CRECER EN UNIDAD, AMOR Y FE


Un día del año 40 o 41 se armó un serio revuelo en la primera iglesia de Jerusalén. ¿Ya saben la noticia? Dicen que en Antioquía se ha formado una nueva comunidad de prosélitos, de piadosos y hasta de paganos. Todos creen en el Señor Jesús. Y dicen que hasta se manifiesta el Espíritu realizando en ellos grandes prodigios. Los apóstoles tomaron cartas en el asunto, y ordenaron a Bernabé, un hermano querido por todos y lleno del Espíritu Santo: “Vete a Antioquía, entérate bien de todo, y nos mandas informes”. La primera impresión de Bernabé fue una admiración profunda, acompañada de una enorme alegría: Pero, ¿qué esto? ¡Aquí está la mano del Señor! ¡Tantos creyentes venidos del paganismo, pero, lo unidos que viven! ¿Cómo era posible tal prodigio, y precisamente en Antioquía? Porque unos cuantos misioneros ambulantes, de la periferia, anunciaron a Jesús y se llegó a formar esta comunidad tan esperanzadora. Bernabé no puede con su gozo. Y ante la ardua tarea que se le esperaba, va a Tarso para traerse consigo a Pablo. Pasan juntos un año trabajando en esa ciudad. Un año en que la iglesia creció hasta alcanzar “una gran muchedumbre”. Un año donde el testimonio de los hermanos y hermanas fue de tal impacto, que por primera vez se les llamaron: “cristianos”. ¡Qué orgullo! ¡Qué testimonio! La gente los reconoce como seguidores de Cristo por su testimonio, porque lo que enseñan de Jesús lo viven cada día, en cada experiencia, en cada situación, en cada necesidad. No rechazan a la gente, la incluyen, no desprecian a los que son diferentes, los consideran merecedores también de la gracia y el amor de Dios. No forman su propio ghetto, no encierran y su propio barrio ni levantan su muralla, se meten a cada barrio para luego juntarlos a todos y todas en un espacio común. Por eso es que Bernabé reconoce que lo que ha pasado con esos hermanos y hermanas no es obra de ellos, sino que se trata de una auténtica intervención de Dios. Por eso se alegró, porque fue testigo de cómo la generosidad de Dios se reveló en esa comunidad de fe. Y por ese testimonio, una gran multitud fue agregada al Señor. Como Seminario nos hemos empeñado en ser como esta comunidad, queremos recibir lo que ellas y ellos recibieron de parte del Espíritu, queremos cultivar la misma fe, esperanza y amor que ellas y ellos. Queremos que nos reconozcan como seguidoras y seguidores de Jesús por nuestra forma de vivir y nuestro compromiso con las y los que se han quedado excluidos, a quienes les han levantado barreras de separación, a quienes les han negado el derecho a la vida digna, con sentido, a quienes las violentan todos los días. Nos hemos comprometido a entregar lo que somos y tenemos (poco o mucho) en las manos de Jesús y en la acción de su Espíritu, y nos alegramos cuando las cosas suceden cuando las pequeñas acciones hacen grandes diferencias.


PARA SER GENEROSOS


Eran los tiempos del emperador Claudio, y durante su reinado tres grandes hambrunas golpearon a todos los habitantes del imperio. Pero no fue por Claudio que la iglesia se enteró de lo que estaba pasando, sino que un predicador ambulante, un profeta llamado Agabo, hombre lleno del Espíritu Santo es el que informa a la iglesia de la gran hambruna que padecen los hermanos en Judea, y especialmente la iglesia madre de Jerusalén. ¿Qué hicieron? Cada hermano y hermana, conforme a lo que tenía dio de gracia una ofrenda para ser enviada a los hermanos de Jerusalén, y convocan a Bernabé y Pablo para que ellos sean los portadores de dicha ofrenda de amor. Cuando una iglesia es bendecida por el Señor, es para que esta bendición sea compartida con todos los demás. Las bendiciones de Dios no son para hacer de ellas botines personales, sino para compartirlas generosamente con los hermanos en la fe y con los más necesitados de nuestro país. Pero esto es fruto del Espíritu que mora en ellos que los mueve a hacer la gran diferencia en nombre del Señor Jesucristo. Una iglesia espiritual no retiene sus bendiciones jamás.


Hay que movernos bajo el poder y la gracia del Espíritu Santo para seguir construyendo el Reino de Dios. Hay que impulsar ministerios claves para realizar grandes cosas. Hay que ministrar al Señor en cada hermano y hermana desde los más pequeños hasta los más grandes. Hay que orar y ayunar para impactar familias y pueblos. No hay límites al poder que puede soltarse a través de una institución como la nuestra, que tiene un liderazgo con un gran espíritu. Antioquía fue una iglesia modelo porque pudo reconciliar la diversidad de la ciudad a una fraternidad en Jesucristo, porque cultivó un espíritu de oración ferviente, de fiel testimonio y fervor en el servicio sin exclusión de nadie. Una iglesia que aprendió a compartir como fruto del amor que se anidaba en ella, una iglesia con visión, compasión y acción. Esta iglesia dará después fieles pastores como Juan Crisóstomo, o como el pastor Ignacio, una de las figuras más queridas por las antiguas iglesias, y que en esos días era un simple muchacho, discípulo de los apóstoles, entusiasmado por Jesús y su iglesia, y que fue llevado, ya siendo pastor de esa misma iglesia, hacia Jerusalén para ser martirizado y asesinado por los romanos. ¿Por qué? Por su testimonio y por la clase de iglesia que pastoreaba y por el transformador impacto que ésta había causado en la tercera ciudad más importante del imperio. ¡Vamos SBM, que aún tenemos mucho por cultivar, mucho por creer, mucho por esperar y mucho por hacer!


Javier Ulloa Castellanos

Seminario Bautista de México

Consejo de Administración

4 de marzo de 2023


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